domingo, 24 de febrero de 2013

La muerte no nos puede vencer.

Hola a todos. Hace poco tiempo comenzamos a frecuentar una nueva congregación (denominación), por lo que estamos aún conociendo nuevos hermanos en la fe.
Cuando estaba por cumplirse nuestro primer mes de asistencia nos llegó la triste noticia de que una hermanita había fallecido en un accidente de tránsito.
A medida que los minutos pasaban la tristeza fue aumentando, la noticia me entristeció muchísimo, a tal punto que no tenía entusiasmo para hacer lo sencillo del día a día.
Salí en el auto, porque debía cumplir con una tarea, y casi tuve un accidente. Tiempo después ya estaba llorando descontroladamente y sentía el corazón como si estuviera siendo apretado fuertemente. Noté cuánto me había afectadado su muerte, pude percibir que su partida me había sorprendido -como a todos- porque ella era ¡una jovencita!, pero también sabía que no era solamente ese el punto, porque había entendido que ella no era cualquier jovencita de la congregación.
A pesar del poco tiempo que hacía que participabamos en esta denominación, me di cuenta lo importante que era para todos esa muchacha. Sabía que el dolor de los hermanos era ¡ indescriptible ! Ella formaba parte del grupo de alabanza por lo que no solamente estaba entre todos en las reuniones y demás actividades, ella estaba allá adelante y cantaba frente a nosotros. Por lo que supe era muy cariñosa y sonreía con facilidad, era de esas personas que si se ausentaba igualmente estaba presente, su ausencia se hacía sentir. Entonces, era MUY comprensible el enorme dolor que todos estaban viviendo.
Pero la pregunta que no quería callar, era ... ¿ por qué me afectó tanto la muerte de alguien que, supuestamente, no llegué a conocer bien ?
Ya vivencié muchísimos fallecimientos de no cristianos y de algunos pocos cristianos que conocí por años, pero ésto me resultaba diferente.
Mi dolor era tan notable que me pregunté ¿ qué me está pasando ? Parecía que el acontecimiento me estaba paralizando.
Oré en varias oportunidades por sus familiares, por los hermanos de la congregación, por sus amistades, en su mayoría ¡jóvenes!
Pero en un momento, durante el día ... llegó el tiempo de orar por mí, porque sabía que estar triste era natural pero no ¡de esa forma!, siendo que no la había llegado a conocer. Y Dios comenzó a consolarme como solamente Él sabe hacerlo, me acunó y me dio paz.
Pero la preguntá volvió ¿ por qué me sacudió tanto, tanto, su partida si no nos conocíamos ? ¿ por su juventud ? ¿ porque era muy amada por todos ? ¿ porque la congregación no es tan, tan, numerosa y todos interactúan mucho ? ¿ por qué me vi reflejada en una jovencita con todos sus sueños, porque yo también tuve su edad un día ? ¿ porque tengo hijos y me coloqué en el lugar de su madre ?, ¿ porque falleció de una forma violenta ? etc, etc.
Sí, pienso que todo eso tuvo que ver con aquel abrumador sentimiento que me envolvió, la noticia no era esperada, ¡fue tan sorpresiva!
Pero hermanos, Dios me mostró que el gran disparador de esa avalancha de sentimientos en mí que - repito- no la conocía, fue el amor ágape de Dios,  y que espiritualmente sufrí  (sufrimos) una 'mutilación', pues ella formaba parte de un cuerpo, ella era un miembro importante, parte insustituíble de una unidad, era parte del cuerpo de Cristo. Pude notar la realidad de que verdaderamente somos uno.
El que ella hiciera parte, además, del grupo de alabanza -junto a otros valiosos hermanos- para mí fue muy relevante, porque nos 'ayudaban' a entrar en la presencia del Altísimo con sus dulces y maravillosas voces. Y JUNTOS adorabamos al Padre de las Luces en "espíritu y verdad", EN UN MISMO ESPÍRITU.
No la llegué a conocer personalmente, pero ella es parte del pueblo al que yo también pertenezco, y con ella y junto a ella experimentabamos la presencia de nuestro Padre Eterno.
No llegué a conocer su color preferido, sus planes, ni a sus mejores amigos, pero juntas experimentamos la presencia de Dios, escuchábamos su Palabra, juntas orabamos, y nuestros testimonios nos aproximaron.
Por lo que creo que en esta oportunidad -nuevamente- todo coopera para bien de aquellos que aman a Dios, pienso que Dios me ha querido mostrar, en hechos, cuánto nos une Su gran amor, cuan espiritualmente estamos próximos, cuántas cosas hay aún ocultas que Él quiere revelarnos.
Con ésta situación me mostró que somos en efecto un cuerpo, que los lazos invisibles que nos estrechan a los cristianos son muy fuertes e importantes para Él, y cuan unidos un día estaremos en Cielo.
Es tan lindo adorar a Dios, es tan maravillosa Su presencia, que humanamente no puedo dejar de asociar a esta hermana con esos momentos de alabanza.
No puedo recordarla tomando un café conmigo porque eso nunca aconteció, no tengo un recuerdo de haber caminado juntas por una plaza un día pues eso no lo vivimos, no recordaré su cumpleaños (porque verdaderamente no se cuando era el suyo), pero siempre recordaré con quiénes adoramos aquí en la tierra al único Dios que existe
Somos una misma nación, y todos un día partiremos, pero nos encontraremos nuevamente.
Si continuamos firmes nos reencontraremos, y adoraremos juntos al Padre Celestial por la eternidad.
Sí, es verdad, el enemigo -de cierto modo- quizo desanimarme por completo con este acontecimiento, pero olvidó a quién servimos, y que somos una nación que conoce y confía en las Promesas de su Rey.
Como siempre Dios ha cambiado mi lamento en baile, pues apesar de la ausencia de mi hermana hoy puedo tener gozo, ya que se que un día nos reencontraremos todos y porque ahora se que el amor que nos une a los Hijos de Dios es mayor aún de lo que podamos pensar, imaginar y creer. No olvidemos que se trata del amor del Altísimo.
Glorias a Dios por siempre.

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